En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. (1Juan 4:10,11).
El
amor confiado y la abnegada devoción manifestados en la vida y el
carácter de Juan, contienen
lecciones de valor incalculable para la iglesia
cristiana.
Juan no poseía por naturaleza el
carácter bondadoso que reveló más adelante. Tenía naturalmente defectos graves. No sólo era orgulloso, pretencioso
y ambicioso de honor, Sino Impetuoso Y
Se Resentía frente a la injuria.
Él, y su hermano recibieron el nombre
de "hijos del trueno".
La ira cundia, el
deseo de venganza y el
espíritu de crítica se encontraban en el discípulo amado. Pero debajo de todo ello el Maestro
divino descubrió un corazón ardiente, sincero y
amante. Jesús
reprendió su egoísmo, frustró sus ambiciones, probó su fe.
Pero le reveló lo que anhelaba su alma: la hermosura de la santidad, el poder
transformador del amor...
Las
Lecciones de Cristo, Al Destacar La Mansedumbre, La Humildad Y El Amor Como esenciales para crecer en gracia e idoneidad para
su obra, fueron del más alto valor para Juan.
Atesoró
cada lección y procuró poner constantemente su vida en armonía con el ejemplo divino... Las lecciones de su Maestro se grabaron
en su alma. Cuando daba
testimonio de la gracia del Salvador, su sencillo lenguaje adquiría
elocuencia gracias al
amor que invadía todo su ser.
A Causa De Su
Profundo Amor Por Cristo,
Juan deseaba estar siempre cerca de Él. El Salvador amaba a los
doce, pero el espíritu de Juan era el más receptivo.
Era más joven que los
demás y, con una confianza
más semejante a la de un niño, abrió su
corazón a Jesús. De ese modo, llegó a
simpatizar más con Cristo, y por medio de él la gente
recibió las más profundas lecciones espirituales
del Salvador.
Jesús ama a los que
representan al Padre, y Juan pudo hablar
del amor del Padre como ninguno de los
discípulos. Reveló a sus semejantes lo que sentía en su propia alma, manifestando en su carácter los
atributos de Dios. La gloria del
Señor se reflejaba en su semblante.
La belleza de la
santidad que lo había transformado, resplandecía en su rostro con fulgor semejante al de Cristo.
Al adorarlo y
amarlo contempló al Salvador
hasta que la semejanza a Cristo y la
comunión con Él llegaron a
ser su único deseo, y en su
carácter se reflejó el
carácter de su Maestro. Los hechos de
los apóstoles, págs. 445-450. RJ308/EGW/MHP 309
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