sábado, 6 de junio de 2020

19. “LA FE EN DIOS” TESTIMONIO 1 PARA LA IGLESIA (1855). TOMO 1.


Mientras me hallaba en Battle Creek, Estado de Michigan, el 5 de Mayo de 1855, vi que había gran fal­ta de fe entre los siervos de (116) Dios, como también en la iglesia. Se desaniman con demasiada faci­lidad, propenden demasiado a dudar de Dios y creer que les toca una suerte dura y que Dios los ha abandonado. 
Vi que esto era cruel. Dios los amó de tal manera que dio a su Hijo amado para que mu­riera por ellos, y todo el cielo estaba interesado en su salvación. Sin embargo, después de todo lo que se hizo por ellos, les costaba confiar en un Padre tan bondadoso y amante. Él ha dicho que está más dis­puesto a conceder el Espíritu Santo a quienes se lo piden que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. 
Vi que los siervos de Dios y la iglesia se desanimaban con excesiva facilidad. Cuando pedí­an a su Padre celestial cosas que creían necesarias y no las recibían inmediatamente, su fe vacilaba, su valor desaparecía, y se posesionaba de ellos un sentimiento de murmuración.
 Vi que esto desagradaba a Dios. Todo santo que se allega a Dios con un corazón fiel, y eleva sus sinceras peticiones a él con fe, recibirá contestación a sus oraciones. Vuestra fe no debe desconfiar de las promesas de Dios, porque no veáis o sintáis la inmediata respuesta a vuestras oraciones. No temáis confiar en Dios. 
Fiad en su segura prome­sa: "Pedid, y recibiréis" (Juan 16:24).

 Dios es demasiado sabio para errar, y demasiado bueno 
para pri­var de cualquier cosa buena a sus santos que andan íntegramente.

El hombre está sujeto a errar, y aun­que sus peticiones asciendan de un corazón sincero, no siempre pide las cosas que sean buenas para sí mismo; o que hayan de glorificar a Dios. Cuando tal cosa sucede, nuestro sabio y bondadoso Padre oye nuestras oraciones, y nos contesta, a veces inmediatamente; pero nos da las cosas que son mejores para nosotros y para su propia gloria. Si pudiésemos apreciar el plan de Dios cuando nos envía sus bendi­ciones, veríamos claramente que él sabe lo que es mejor para nosotros, y que nuestras oraciones obtie­nen respuesta. Nunca nos da algo perjudicial, sino la bendición que necesitarnos, en lugar de algo que pedimos y que no seria bueno para nosotros.
Vi que si no vemos inmediatamente la respuesta a nuestras oraciones, debemos retener firmemente nuestra fe, y no permitir que nos embargue la desconfianza, porque ello nos separaría de Dios. 
Si nuestra fe vacila, no conseguiremos nada de él. Nuestra confianza en Dios debe ser firme; y cuando más ne­cesitemos su bendición, ella caerá sobre nosotros como una lluvia. 
Cuando los siervos de Dios piden su Espíritu y bendición, a veces (117) los reciben inmediatamente; pero no siempre les son concedidos en seguida. En este último caso, no desmayemos. Aférrese nuestra fe de la promesa de que llegará. Confiemos plenamente en Dios, y a menudo esta bendición vendrá cuando más la necesitemos; recibiremos inesperadamente ayuda de Dios cuando estemos presentando la verdad a los incrédulos, y quedaremos capacitados para impartir la Palabra con claridad y poder. Se me presentó el asunto como el caso de los niños que piden una bendición a sus padres terrenales que los aman. Piden algo que el padre sabe les ha de perjudicar; pero el padre les da cosas que serán benéfi­cas para ellos, en vez de aquello que deseaban. Vi que toda oración elevada con fe por un corazón sin­cero, será oída y contestada por Dios, y que el suplicante obtendrá la bendición cuando más la necesite, y a menudo ésta excederá sus expectativas. No se pierde una sola oración de un verdadero santo, si es elevada con fe por un corazón sincero.

18. “LA RESPONSABILIDAD DE LOS PADRES” TESTIMONIO 1 PARA LA IGLESIA (1855). TOMO 1.


Vi que descansa sobre los padres una gran responsabilidad. Deben dirigir a sus hijos y no dejarse mani­pular por ellos. Se me señaló el caso de Abrahán. Él era fiel en su casa, gobernó a su familia después de él, y ello fue recordado por Dios. (115) Se me mencionó luego el caso de Elí. El no reprendía a sus hijos y éstos se pervirtieron y envilecieron, y por su maldad extraviaron a Israel. Cuando Dios hizo conocer sus pecados a Samuel, y le comunicó la grave maldición que los iba a sobrecoger porque Elí no los había reprendido, dijo que sus pecados no podían ser limpiados 
por sacrificios u ofrendas. 
Cuando Samuel le transmitió lo que el Señor le había revelado, Elí se sometió, diciendo: "Jehová es; haga lo que bien le pareciere" (1 Sam. 3:18). La maldi­ción de Dios no tardó en sobrevenir. Aquellos malvados sacerdotes fueron muertos así como treinta mil hombres de Israel, y el arca de Dios fue tomada por el enemigo. Y cuando Elí oyó que el arca de Dios fue tomada, cayó de espaldas y murió. Todo este mal resultó de la negligencia de Elí 
en cuanto a re­prender a sus hijos. 
Vi que si Dios era tan escrupuloso que advertía tales cosas antiguamente, no las no­ta menos en estos últimos días. Los padres deben gobernara sus hijos, corregir sus acciones y subyugarlos, o Dios destruirá seguramen­te a sus hijos en el día de su gran ira, y los padres que no hayan dominado a sus hijos no quedarán sin culpa. De manera especial, deben los siervos de Dios gobernar a sus propias familias y mantenerlas en buena sujeción.
 Vi que no están preparados para juzgar o decidir asuntos de la iglesia, a menos que puedan gobernar bien su propia casa. Primero deben poner orden en su casa, y luego su juicio e in­fluencia pesarán en la iglesia. 
Vi que las visiones no habían sido más frecuentes últimamente porque no han sido apreciadas por la iglesia. La iglesia ha perdido casi completamente su espiritualidad y fe, y las reprensiones y amonesta­ciones han tenido muy poco efecto sobre ella. Muchos de los que profesaban tener fe en aquéllas no las escucharon. Algunos siguieron una conducta poco juiciosa cuando hablaban de su fea los incrédulos, y si se les exi­gía una prueba, leían una visión en vez de recurrir a la Biblia para encontrar la prueba requerida. 
Vi que esta conducta no es consecuente, y crea en los incrédulos prejuicios contra la verdad. Las visiones no pueden tener peso para aquellos que nunca las han visto, y no conocen su espíritu. No se debe recurrir a ellas en tales casos.