Encabezados por Jesús, todos descendimos desde la ciudad hacia esta tierra, sobre un monte muy grande, que no pudo soportar a Jesús y se partió dando lugar a una enorme llanura. Luego miramos hacia arriba y vimos la gran ciudad, con doce fundamentos y con doce puertas, tres de cada lado, y con un ángel en cada puerta. Todos exclamamos:”Ya desciende la ciudad, la gran ciudad; viene de Dios y del cielo”, y la ciudad descendió y se estableció sobre la llanura en la que nos encontrábamos.
Luego comenzamos a contemplar las cosas gloriosas que había dentro de ella. Vi casas muy hermosas que parecían de plata, soportadas por cuatro columnas engarzadas con perlas, algo muy hermoso a la vista, que debían ser habitadas por los santos y que tenían una repisa de oro. Vi a numerosos santos entrar en las casas, quitarse sus brillantes coronas y colocarlas en la repisa, y luego salir al campo que rodeaba las casas para hacer algo con la tierra; pero no era nada semejante a lo que hacemos con la tierra aquí. Una luz gloriosa brillaba alrededor de su cabeza y alababan continuamente a Dios.
Vi además otro cuerpo lleno de flores, y al cortarlas exclamé: “¡No se marchitarán!” Luego vi un campo de pasto alto, cuya contemplación causaba gran alegría; era un verde intenso con reflejos plateados y dorados mientras ondeaba orgullosamente para gloria del Rey Jesús. Luego entramos en un campo lleno de toda clase de animales: leones, corderos, leopardos y lobos, todos juntos en perfecta armonía. Pasamos en medio de ellos y nos siguieron pacíficamente. Luego penetramos en un bosque, que no era semejante a los bosques que conocemos aquí en la tierra; en cambio era un lugar iluminado y lleno de gloria; las ramas de los árboles se mecían, y todos exclamamos: “Y habitarán en el desierto
3 Esta visión describe sucesos que sucederán al fin de los mil años posteriores a la segunda venida de Cristo. Apocalipsis 20; 21; 22; Zacarías 14:4. con seguridad, y dormirán en los bosques” (Eze. 34:25). Pasamos a través de los bosques porque íbamos en camino al monte de Sión.
Durante nuestro recorrido nos encontramos con un grupo que también contemplaba las glorias del lugar. Noté que sus vestidos tenían una franja roja en el borde, sus coronas eran brillantes y su ropa era de (70) color blanco puro. Al saludarlos, le pregunté a Jesús quiénes eran. Contestó que eran mártires que habían muerto por él. Los acompañaba un grupo muy numeroso de niños, y también ellos tenían sus vestidos con una franja roja. El monte de Sión se encontraba justamente frente a nosotros, y en él se alzaba un glorioso templo y alrededor del monte había otras siete montañas, cubiertas de rosales y lirios.
Vi a los niños subir a esas montañas si así lo deseaban, usar sus alitas y volar a la cumbre de las montañas, y allí cortar flores que nunca se marchitaban. Había toda clase de árboles alrededor del templo para hermosear el lugar, los bojes, los pinos, los abetos, los olivos, los mirtos, los granados; y las higueras se inclinaban con el peso de los higos; todo esto hacía que el lugar se viera magnífico. Y cuando estábamos por entrar en el templo, Jesús elevó su hermosa voz y dijo: “Solamente los 144.000 entran en este lugar”,
y todos exclamamos: “¡Aleluya!”
Este templo estaba sostenido por siete magníficas columnas, todas ellas de oro transparente y engarzadas con perlas. No puedo describir las cosas hermosas que vi allí. Oh, si pudiera hablar en el lenguaje de Canaán, entonces podría describir algo de la gloria del mundo mejor. Vi allí mesas de piedra en las que los nombres de los 144.000 se encontraban esculpidos con letras de oro.
Después de contemplar la gloria del templo, salimos y Jesús nos dejó para ir a la ciudad. Pronto escuchamos nuevamente su hermosa voz que decía: “Venid, pueblo mío, porque habéis pasado por gran tribulación y habéis hecho mi voluntad y sufrido por mí; venid a la cena. Yo me ceñiré y os serviré”. Exclamamos: “¡Aleluya!” y entramos a la ciudad. Vi allí una mesa de plata pura que tenía muchos kilómetros de longitud, y sin embargo nuestros ojos podían ver hasta el extremo.
Vi el fruto del árbol de la vida, el maná, almendras, higos, granadas, uvas y muchas otras frutas. Le dije a Jesús que me dejara comer. Él contestó: “Ahora, no. Los que comen de esta fruta no vuelven más a la tierra. Pero dentro de poco tiempo, si eres fiel, comerás del fruto del árbol de la vida y beberás del agua de la fuente. Tú debes volver a la tierra y relatar a otros lo que te he revelado”. Luego un ángel me condujo suavemente a este mundo oscuro. A veces pienso que ya no puedo permanecer durante más tiempo aquí en la tierra, porque todas las cosas me parecen tan tristes y deprimentes. Me siento muy sola aquí, porque he visto una tierra mejor. Ojala pudiera tener alas como una paloma, porque entonces podría volar lejos al lugar de reposo. (71)
El Hno. Hyde, quien se encontraba presente durante esta visión, compuso los siguientes versos, que han sido publicados muchas veces e incluidos en varios himnarios. Quienes los han publicado, leído y cantado, probablemente no saben que se originaron en una visión de una niña que era perseguida por su humilde testimonio.
Hemos oído hablar de la tierra santa y radiante;
hemos escuchado y nuestros corazones se regocijan;
porque éramos un grupo solitario de peregrinos,
fatigados, rendidos y tristes.
Nos dicen que los santos tienen allí su morada.
Ya no hay quienes no tienen hogar;
Y sabemos que la buena tierra es hermosa,
Donde corre el límpido río del agua de la vida.
Dicen que allí ondean los campos verdes
que nunca serán dañados por la plaga;
y que los desiertos florecen con hermosura,
y allí crecen las rosas de Sarón.
En los verdes bosques hay bellas aves,
de cantos alegres y dulces;
y sus trinos brotan siempre nuevos,
saludan la música de arpa de los ángeles.
Hemos oído de las palmas, los vestidos y las coronas,
banda blanca de plateado resplandor;
de la hermosa ciudad con puertas perlinas,
radiantes de luz.
Hemos oído de los ángeles que allí moran, los santos,
con sus arpas de oro, y cómo cantan;
del monte, con el árbol de la vida y sus frutos,
de las hojas que dan sanidad.
El rey de ese país, es hermoso,
es el gozo y la luz del lugar;
allí lo contemplaremos en su hermosura,
y nos complaceremos viendo su rostro sonriente.
Estaremos allí, estaremos allí dentro de poco,
nos uniremos con los puros y los bendecidos;
tendremos la palma, el vestido y la corona,
y reposaremos para siempre. (72) 1TI EGW
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