Por este tiempo fui sometida a una severa prueba. Si el Espíritu de Dios descendía sobre una persona durante una reunión, y ésta glorificaba a Dios alabándolo, algunos sostenían que se trataba de mesmerismo; y si al Señor le placía concederme una visión durante una reunión, algunos afirmaban que era el efecto de la agitación y el mesmerismo. Afligida y desanimada, con frecuencia me retiraba a algún lugar solitario para derramar mi alma delante de aquel que invita a los cansados y cargados a encontrar descanso. Cuando reclamaba las promesas por fe, Jesús me parecía estar muy cercano. La dulce luz del cielo brillaba a mi alrededor y me parecía estar rodeada por los brazos de mi Salvador, y se me concedía una visión. Pero cuando relataba lo que Dios me había revelado a mí sola, donde ninguna influencia terrenal podía afectarme, me sentía afligida y asombrada al escuchar que algunos sugerían que los que vivían más cerca de Dios estaban más expuestos a ser engañados por Satanás.
De acuerdo con esta enseñanza, nuestra única seguridad contra el engaño consistía en permanecer distantes de Dios, en una condición de pecado. Oh, pensé yo, ¿hemos llegado al punto de que los que honradamente van solos en busca de Dios para rogar por el cumplimiento de sus promesas, y para reclamar su salvación, tengan que ser acusados de encontrarse bajo la influencia contaminadora del mesmerismo? ¿le pedimos pan a nuestro bondadoso Padre celestial, solamente para recibir una piedra o un escorpión? Estas cosas me herían el espíritu y me afligían el alma con profunda angustia que casi bordeaba en la desesperación. Muchas personas querían que yo creyera que no existía el Espíritu Santo y que todas las manifestaciones experimentadas por los santos hombres de Dios eran únicamente el efecto del mesmerismo o del engaño de Satanás.
Algunos habían torcido mucho ciertos textos de la Escritura, al punto de abstenerse completamente de todo trabajo, y de rechazar a todos los que no recibían sus ideas acerca de esto y de otros puntos relativos al deber religioso. Dios me reveló estos errores en visión y me envió a instruir a sus hijos que habían caído en el error; pero muchos de ellos rechazaron completamente el mensaje, me acusaron (73) de fanatismo, y me presentaron falsamente como líder del fanatismo que me esforzaba constantemente por contrarrestar.
Se fijaron varias fechas para la venida del Señor, las que se presentaron con insistencia a los her¬manos. Pero el Señor me reveló que éstas no se cumplirían, porque primero debía transcurrir el tiempo de angustia antes de la venida de Cristo, y me mostró, además, que cada fecha que se fijaba sin que se cumpliera debilitaría la fe del pueblo de Dios. Debido a esto me acusaron de ser el siervo malo que dijo:
“Mi Señor se tarda en venir” (Mat. 24:48).
Estas declaraciones referentes a la fijación del tiempo fueron impresas hace unos treinta años, y los libros que las contienen han circulado en todas partes; sin embargo, algunos ministros que pretenden conocerme bien, declaran que yo he establecido una fecha tras otra para la venida del Señor, y que esas fechas han pasado sin cumplirse, y que por lo tanto mis visiones son falsas. Indudablemente que estas falsas declaraciones son recibidas por muchas personas como si fueran verdad; pero nadie que me conoce o que conoce mis trabajos podría honradamente presentar un informe semejante.
Este es el testimonio que he dado siempre, desde cuando no se cumplió la fecha en 1844: “Una fecha tras otra será fijada por diferente personas, y no se cumplirán; y la influencia de esta fijación de fechas tenderá a destruir la fe del pueblo de Dios”. Si yo hubiera visto una fecha definida en visión y hubiera dado mi testimonio acerca de ellos, no hubiera podido escribir y publicar, en vista de este testimonio, que todas las fechas que se establezcan pasarán sin que se cumpla el acontecimiento esperado, porque el tiempo de angustia debe venir antes de la segunda venida de Cristo.
Por cierto que durante los últimos treinta años, es decir, desde la publicación de esta declaración, no me he sentido inclinada a establecer una fecha para la venida de Cristo, con lo cual me hubiera colocado a mí misma condenación que las personas a las que estaba reprochando. Y no recibí visión sino hasta 1845, después de haber pasado la fecha de 1844 cuando esperábamos la venida del Señor, que pasó sin cumplirse. Entonces se me mostró lo que he declarado aquí.
¿Y acaso no se ha cumplido este testimonio
en todos sus detalles?
Los adventistas del primer día han establecido una fecha tras otra, y a pesar de los repetidos fracasos, han reunido valor para fijar nuevas fechas. Dios no los ha guiado en esto. Muchos de ellos han(74) rechazado el verdadero tiempo profético y han ignorado el cumplimiento de la profecía, debido a que la fecha de la venida fijada para 1844 pasó sin cumplirse, y no trajo el acontecimiento esperado. Rechazaron la verdad, y el enemigo ha tenido poder para traer sobre ellos poderosos engaños a fin de que crean una mentira.
La gran prueba del tiempo ocurrió en 1843 y en 1844, y todos los que han fijado una fecha para la segunda venida a partir de entonces se han estado engañando a sí mismos, y engañando a los demás.
HASTA el momento de mi primera visión no podía escribir, porque me temblaba la mano y era incapaz de sostener firmemente el lápiz. Mientras me encontraba en visión, un ángel me encargó que escribiera lo que veía. Obedecí y escribí sin dificultad. Mis nervios fueron fortalecidos y mi mano se afirmó.
Fue para mí una penosa cruz referir a las personas que se encontraban en error lo que se me había mostrado acerca de ellas. Me causaba un gran pesar ver a otros preocupados o afligidos.
Y cuando me veía obligada a declarar los mensajes, con frecuencia los suavizaba y los hacía aparecer tan favorables para la persona como me era posible, y luego me retiraba y lloraba en agonía de espíritu.
Consideraba a los que debían preocuparse únicamente por sus propias almas, y pensaba que si yo me encontrara en su condición no me quejaría. Me resultaba difícil de dar los testimonios claros y cortantes que Dios me había encargado que presentara. Observaba ansiosamente para ver cuáles serían los resultados, y si las personas reprochadas se rebelaban contra la reprensión, y después de eso se oponían a la verdad, estos interrogantes se presentaban en mi mente: ¿Presenté el mensaje en la forma debida? ¿No habría podido encontrarse alguna forma de salvarlos? Y después de eso una gran aflicción se apoderaba de mi alma, y con frecuencia pensaba que la muerte sería una mensajera bienvenida y el sepulcro un dulce lugar de descanso.
NO COMPRENDÍA el peligro y el pecado de ese proceder, hasta que en visión fui llevada ante la presencia de Jesús. El me miró con desaprobación y me volvió el rostro. Me resulta imposible describir el terror y la agonía que sentí en ese momento. Caí postrada ante él, pero no pude pronunciar ninguna palabra. ¡Cuánto anhelaba encontrarme a cubierto de esa temible expresión de desaprobación! Así pude comprender, en cierto grado, lo que serán los sentimientos de los que se pierdan cuando exclamen: “Montes y peñas: caed sobre (75) nosotros, y escondednos del rostro de Aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero”. (Apoc. 6:16).
Pronto un ángel me indicó que me levantara, y difícilmente puedo describir lo que vi. Ante mí se encontraba un grupo de personas que tenían el cabello y los vestidos en desorden y rotos, y cuyos rostros eran la imagen misma de la desesperación y el horror. Se aproximaron a mí y frotaron sus vestidos con el mío. Al mirar mi vestido, vi que estaba manchado con sangre. Volví a caer como muerta a los pies de mi ángel acompañante. No pude presentar una sola excusa y anhelé encontrarme lejos de ese lugar santo.
EL ÁNGEL me ayudó a levantarme, y me dijo:
“Este no es tu caso en este momento, pero se te ha mostrado esta escena para que sepas lo que llegará a ser tu situación si dejas de declarar a otros lo que el Señor te ha revelado.
Pero si eres fiel hasta el fin, comerás del árbol de la vida y beberás de las aguas del río de la vida. Tendrás que sufrir mucho, pero la gracia de Dios te será suficiente”. Después de eso me sentí dispuesta a hacer todo lo que el Señor requiriera de mí, para tener su aprobación y no experimentar el temible desagrado de Jesús.
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