viernes, 8 de enero de 2021

22. “LOS DOS CAMINOS.” TESTIMONIO 2 PARA LA IGLESIA (1856). TOMO 1.

En la conferencia celebrada en Battle Creek, Michigan, el 27 de Mayo de 1856, se me mostraron en vi­sión algunas cosas correspondientes a la iglesia en general. Pasaron ante mí la gloria y la majestad de Dios. Dijo el ángel: "La majestad de Dios es terrible; y sin embargo, vosotros no lo advertís. Su cólera es aterradora; y no obstante le ofendéis diariamente. Esforzaos por entrar a través de la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y anchuroso el camino que conduce a la destrucción y muchos son los que andan por él; pero estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida, y pocos lo encuen­tran". Estos caminos son distintos, están separados y van en direcciones opuestas. Uno conduce a la vi­da eterna y el otro a la muerte. 

Vi la distinción entre ambos caminos y también la distinción entre quie­nes por ellos andaban. Los caminos eran totalmente opuestos. Uno era ancho y llano; el otro áspero y estrecho. Así, quienes por ellos iban eran opuestos en carácter, estilo de vida, manera de vestir, y con­versación.

Los que van por el camino estrecho hablan de la alegría y felicidad que les aguardan al fin de la jorna­da. Su aspecto es a menudo triste, pero a veces brilla con sagrado y santo gozo. No visten como los que van por el camino ancho ni hablan ni obran como ellos. Se les ha dado un modelo. Un "varón de dolo­res, experimentado en quebranto", les abrió el camino y por él anduvo. Sus seguidores ven sus huellas y al verlas se consuelan y animan. Él llegó salvo al destino, y también ellos podrán llegar a salvo si si­guen sus huellas.

En el camino ancho, todos piensan en sí mismos, en su ropa y en los placeres del camino. Se entregan libremente a la hilaridad y algazara, sin pensar en el término de la jornada, donde les aguarda segura destrucción. Cada día se acercan más a su nefasta suerte; sin embargo, se apresuran locamente, cada vez con más rapidez. ¡Oh, cuán terrible me pareció aquel espectáculo! 

Vi que muchos de los que iban por ese camino ancho llevaban escritas sobre sí estas palabras: "Muerto para el mundo. El fin de todas las cosas está cerca. Preparaos también". Su aspecto era el mismo (123) que el de todos los demás frívolos seres que los rodeaban, excepto cierto aire de tristeza que se advertía en sus semblantes. Su conversación era igual a la de las alegres y atolondradas gentes que con ellos iban, aunque de vez en cuando se detenían a señalar con mucha satisfacción la leyenda de sus vestidos, y exhortaban a los demás a que también se lo pusiesen en los suyos. Iban por el camino ancho, y sin embargo, decían pertenecer a la compañía que viajaba por el camino estrecho; pero sus compañeros les replicaban: "No hay distinción entre nosotros. Somos iguales. Vestimos, hablamos y obramos de igual manera".

Luego, me fueron señalados los años 1843 y 1844. Reinaba entonces un espíritu de consagración ahora ausente. ¿Qué le ha sucedido al pueblo que profesa ser el pueblo peculiar de Dios?

Vi la conformidad con el mundo, la falta de voluntad para sufrir por la verdad y notable rebeldía ante la voluntad de Dios. Me fue mostrado el ejemplo de los hijos de Israel después que salieron de Egipto. Dios, en su miseri­cordia, los sacó de entre los egipcios, para que pudiesen adorarle sin impedimento ni restricción. En el camino, obró milagros por ellos, y los probó con estrecheces. Después que Dios había obrado tales ma­ravillas por ellos, y los había librado tantas veces, se quejaban cuando advertían que él los probaba. Sus palabras eran : "¡Ojala hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto!" (Éxo. 16:3). Codiciaban los puerros y cebollas que había en esa tierra.

Vi que muchos de los que profesaban creer la verdad referente a los últimos días, encontraban extraño que los hijos de Israel murmurasen en su camino, y que, después de tan maravilloso trato divino, fuesen tan ingratos, que olvidaran cuanto Dios había hecho por ellos. El ángel dijo: "Peor que ellos os habéis conducido vosotros".

Vi que Dios les ha dado a sus siervos la verdad tan clara, tan explícita, que es im­posible negarla. Por doquiera que vayan, se les asegura la victoria. Sus enemigos no pueden rebatirla convincente verdad. La luz derramada es tan clara que los siervos de Dios pueden levantarse en cual­quier parte y dejar que la verdad, evidente y compacta, consiga el triunfo; y sin embargo, aún no han estimado ni comprendido esta grandiosa bendición. Si sobreviene una prueba, algunos miran hacia atrás y creen que pasan por grandes dificultades, porque, a pesar de llamarse siervos de Dios, no cono­cen la purificadora eficacia de las pruebas. A veces se forjan e imaginan pruebas ellos mismos, se des­alientan con tanta facilidad y sienten luego tan herido su amor propio, que se perjudican (124) a sí mismos, a los demás y a la causa de Dios. Satanás agranda sus tribulaciones y pone en sus mentes pen­samientos que, en caso de que se les preste atención, destruirán su influencia y utilidad. Algunos se han sentido tentados a retirarse de la obra, para dedicarse a trabajos manuales.

Vi que si Dios aparta de ellos su mano y quedan sujetos a las enfermedades y la muerte, entonces sabrán lo que son tribulaciones. Es muy terrible murmurar contra Dios. Los que lo hacen no reparan en que el camino por donde van es áspero y requiere abnegación y crucifixión del yo, y no han de esperar que cuanto les suceda transcurra tan suavemente como si anduvieran por el camino ancho.

Vi que algunos siervos de Dios, aun de entre los predicadores, se desaniman tan fácilmente y son tan quisquillosos que se creen despreciados y perjudicados cuando en realidad no es así. Consideran peno­sa su suerte. No echan de ver lo que les sucedería ni las angustias que pasarían si Dios apartase de ellos su mano, pues entonces fuera su suerte diez veces más dura que antes, cuando estaban empleados en la obra de Dios, sufriendo pruebas y privaciones, pero con la aprobación del Señor.

Algunos de los que trabajan en la causa de Dios no se percatan de cuando les va bien. Han sufrido tan pocas privaciones y conocen tan poco la necesidad, las fatigas de la labor o las cargas del alma, que cuando se encuentran bien y se ven favorecidos de Dios y casi enteramente libres de angustia de espíri­tu, no lo comprenden y se figuran que son grandes sus tribulaciones.

Vi que a éstos los despedirá Dios de su servicio a menos que manifiesten espíritu de abnegación y estén dispuestos a trabajar gozosamen­te sin escatimar esfuerzos. Dios no los reconocerá como siervos abnegados, sino que suscitará quienes trabajen con fervor y no perezosamente, y conozcan cuando disfrutan de bienestar. Los siervos de Dios deben sentir responsabilidad por las almas y llorar entre la entrada y el altar, exclamando: "Perdona, oh Jehová, a tu pueblo" (Joel 2:17). Algunos siervos de Dios han entregado sus vidas para gastar y ser gastados en la causa de Dios, a tal punto que su salud se ha quebrantado casi por completo, y ellos están agobiados a consecuencia de su labor mental, incesantes inquietudes, trabajos y privaciones. Otros no tomaron ni quisieron tomar la carga sobre sí, y sin embargo se consideran muy atribulados, porque nunca experimentaron penurias ni han sido bautizados en el sufrimiento, ni lo serán mientras manifiesten tanta debilidad y tan poca forta­leza, y sean tan amantes de la comodidad. Según lo que Dios me ha mostrado, es necesario que haya un castigo (125) entre los predicadores a fin de eliminar a los perezosos, lerdos y egoístas, para que quede una compañía pura, fiel y abnegada, que no busque su bienestar personal, sino que ministre fielmente en palabra y doctrina, con voluntad de soportarlo todo por causa de Cristo y salvara los que él redimió con su muerte. Sientan sobre sí estos siervos el ¡ay! que se les aplicará si no predican el Evangelio, y esto bastará; pero no todos lo sienten.

 

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