lunes, 7 de octubre de 2019

14. LA MUERTE DE MI ESPOSO. (APUNTES BIOGRÁFICOS DE ELENA G. DE WHITE). TESTIMONIO PARA LA IGLESIA. TOMO 1.


A pesar de los trabajos, preocupaciones y responsabilidades que habían abundado en la vida de mi es­poso, cuando cumplió 60 años de edad todavía se encontraba activo y vigoroso de mente y cuerpo. Tres veces había sufrido ataques de parálisis, y sin embargo, por la bendición de Dios, debido a una consti­tución física fuerte y a la estricta observación de las leyes de la salud, había conseguido recuperarse.

Nuevamente viajaba, predicaba y escribía con su celo y energía habituales. Habíamos trabajado lado a lado en la causa de Cristo durante 36 años, y esperábamos continuar juntos para ver el final triunfante. Pero no era ésa la voluntad de Dios.


El protector elegido de mi juventud, el compañero de mi vida, el que había participado de mis trabajos y aflicciones, ha sido tomado de mi lado y he quedado sola para terminar mi obra y pelear la batalla.


Pasamos juntos la primavera y la primera parte del verano de 1881 en nuestro hogar de Battle Creek. Mi esposo esperaba arreglar sus asuntos, para que pudiéramos trasladarnos a la costa del Pacífico y de­dicamos a escribir. Creía que habíamos cometido un error al permitir que las necesidades de la causa y los ruegos de nuestros hermanos nos hicieran ocupamos en el trabajo activo de predicación, cuando de­biéramos haber estado escribiendo.


Mi esposo deseaba presentar más plenamente los gloriosos temas de la redención, y yo había contemplado desde largo tiempo la preparación de libros importantes. Am­bos pensábamos que mientras nuestras facultades mentales se encontraran intactas, debíamos completar estas obras, y que era un deber hacia nosotros mismos y hacia la causa de Dios alejarnos del calor de la batalla y dar a nuestro pueblo la preciosa luz de la verdad con que Dios había iluminado nuestras men­tes. Algunas semanas antes de la muerte de mi esposo, le hablé con (104) urgencia acerca de la necesidad de buscar un campo de trabajo donde estuviéramos libres de las cargas que necesariamente nos llega­ban mientras nos encontrábamos en Battle Creek.


Como respuesta él se refirió a diversas cuestiones que requerían nuestra atención antes que pudiéramos salir. 
Se trataba de tareas que alguien debía reali­zar. 
Luego, con mucho sentimiento, preguntó: 
"¿Dónde están las personas que pueden hacer esta obra? ¿Dónde están los que manifestarán interés sin egoísmo en nuestras instituciones, y que se pondrán del lado de lo recto, sin dejarse afectar por ninguna influencia con la que entren en contacto?"


CON LÁGRIMAS manifestó su ansiedad por nuestras instituciones en Battle Creek. Dijo: "He dedicado mi vida a la edificación de estas instituciones. Abandonarlas sería como recibir la muerte. Son como mis hijos, y no puedo separar mi interés en ellas. Son los instrumentos de Dios para llevar a cabo un trabajo específico. Satanás procura estorbar e invalidar todos los recursos mediante los cuales el Señor trabaja para la salvación de los hombres.


Si el gran adversario logra moldear estas instituciones de acuerdo con las normas del mundo, habrá cumplido su propósito.


Mi mayor preocupación consiste en tener a la per­sona debida en el lugar adecuado. Si los que ocupan posiciones de responsabilidad manifiestan un po­der moral débil, y si son vacilantes en sus principios y se inclinan hacia el mundo, hay muchos que se dejarán conducir.


Las influencias malignas no deben prevalecer. Prefiero morir antes que ver estas ins­tituciones mal dirigidas o alejadas del propósito para el cual fueron creadas.


"En mi relación con esta causa, he pasado la mayor parte del tiempo conectado con la obra de publica­ciones. 
He caído tres veces afectado por la parálisis, a causa de mi devoción por esta rama de la obra. 
Ahora que Dios me ha concedido renovada energía física y mental, siento que debo servir a su causa como nunca antes he podido hacerlo. Debo ver prosperar la obra de publicaciones. Está entretejida con mi existencia misma. Si olvido sus intereses, que mi mano derecha pierda su destreza".


Teníamos el compromiso de asistir a unas reuniones que se celebrarían bajo carpa en la localidad de Charlotte el sábado 23 y el domingo 24 de Julio. Como yo me encontraba débil de salud, decidimos uti­lizar un medio de transporte privado para nuestro viaje. Aunque mi esposo estaba contento en el cami­no, manifestaba un (105) sentimiento de solemnidad.


 Alabó repetidamente al Señor por las misericor­dias y bendiciones recibidas, y expresó abundantemente sus propios sentimientos concernientes al pa­sado y al futuro: "El Señor es bueno, y debe ser grandemente alabado. Es una ayuda oportuna en tiem­po de necesidad. El futuro se muestra sombrío e incierto, pero el Señor no desea que nos preocupemos por esas cosas. Cuando surjan las dificultades, él nos dará su gracia para soportarlas. Lo que el Señor ha sido para nosotros y lo que ha hecho por nosotros debiera hacernos sentir mucho agradecimiento pa­ra nunca murmurar ni quejamos.


NUESTROS TRABAJOS, cargas y sacrificios, nunca serán plenamente apre­ciados por todos. He llegado a comprender que he perdido mi paz mental y la bendición de Dios al permitir que estas cosas me perturben. "Me ha parecido cosa dura el que mis motivos hayan sido mal juzgados, y que mis mejores esfuerzos por ayudar, animar y fortalecer a mis hermanos se hayan vuelto contra mí una vez tras otra. Pero debi­era haber recordado a Jesús y sus frustraciones. Su alma fue afligida porque no fue apreciado por la gente a quien vino a bendecir. Debiera haberme espaciado en la misericordia y la amante bondad de Dios, alabándolo más, y quejándome menos de la ingratitud de mis hermanos. Si hubiera depositado todas mis preocupaciones en el Señor, pensando menos en lo que otros decían y hacían contra mí, hubiera disfrutado de más paz y gozo. En adelante evitaré ofender por palabra o acción y ayudaré a mis hermanos a establecer caminos rectos para sus pies.


 No me detendré a lamentarme por ningún mal que se me haya infligido. He esperado de los hombres más de lo que debiera. Amo a Dios y su obra, y tam­bién amo a mis hermanos". A medida que continuábamos nuestro camino, no me imaginaba que ése sería el último viaje que haríamos juntos. El tiempo cambió repentinamente de un calor opresivo a un frío intenso. Mi esposo se enfrió, pero pensó que debido a su salud tan buena no recibiría un daño permanente. Se esforzó en las reuniones llevadas a cabo en Charlotee y presentó la verdad con mucha claridad y poder. Habló del placer que sentía al dirigirse a un grupo de personas que manifestaban un interés tan profundo en los temas que él mismo tanto apreciaba. "El Señor en verdad ha refrescado mi alma —dijo—, mientras he estado compartiendo con otros el pan de vida. En todo Michigan la gente pide ansiosamente que se la ayude. ¡Cuánto (106) anhelo consolarlos, animarlos y fortalecerlos con las preciosas verdades aplica­bles a este tiempo!"


 A nuestro regreso al hogar, mi esposo se quejó de una leve indisposición, y sin embargo se dedicó a su trabajo como lo hacía normalmente. 
Todas las mañanas nos dirigíamos a un bosquecillo cercano a fin de unirnos en oración. Sentíamos gran preocupación por saber cuál era nuestro deber. Recibíamos con­tinuamente cartas de distintos lugares en las que se nos instaba a asistir a las reuniones campestres de reavivamiento espiritual. A pesar de nuestra determinación de dedicarnos a escribir, resultaba difícil rehusar reunirnos con nuestros hermanos en esas importantes convocaciones. Orábamos fervientemente pidiendo sabiduría para discernir cuál era el curso que debíamos seguir. El sábado de mañana, como de costumbre, fuimos juntos al bosquecillo, y mi esposo oró fervientemen­te tres veces. Se resistía a dejar de rogar a Dios pidiendo su conducción y bendiciones especiales. Sus oraciones fueron escuchadas, y la paz y la luz invadieron nuestros corazones. Alabó a Dios y dijo: "Ahora lo dejo todo en manos de Jesús. Siento una dulce paz celestial, y la seguridad de que el Señor nos mostrará cuál es nuestro deber, porque deseamos hacer su voluntad".

Me acompañó al Tabernácu­lo, e inició los servicios con canto y oración. Era la última vez que me acompañaría en el púlpito. El lunes siguiente tuvo mucha fiebre, y al día siguiente yo también padecí del mismo mal. Nos llevaron a ambos al sanatorio para darnos tratamiento. El viernes disminuyeron mis síntomas. El médico me in­formó que mi esposo sentía deseos de dormir y que su condición era muy grave. Me llevaron inmedia­tamente a su cuarto, y en cuanto le vi la cara me di cuenta que estaba muriendo. Procuré despertarlo. El comprendió todo lo que se le decía y respondió con sí o no a todas las preguntas que pudo contestar, pero fue incapaz de decir más. Cuando le dije que me parecía que estaba muriendo, no manifestó nin­guna sorpresa. 
Le pregunté si encontraba consuelo en Jesús. Contestó: "Sí, oh, sí". “No tienes deseos de vivir?" — pregunté. Él contestó: "No".

A continuación nos arrodillamos a su lado y oramos por él. Una expresión de paz invadió su rostro. Le dije: "Jesús te ama. Estás sostenido por los brazos eternos". Respondió: "Sí".


Luego el hermano Smith y otros hermanos oraron junto a su (107) lecho, y se retiraron para pasar gran parte de la noche en oración. Mi esposo dijo que no sentía dolor, pero era evidente que se iba debilitan­do con rapidez. El Dr. Kellogg y sus ayudantes hicieron todo lo posible para arrancarlo de la muerte. Revivió levemente pero siguió muy débil. A la mañana siguiente pareció revivir, pero alrededor de mediodía tuvo unos escalofríos que lo dejaron inconsciente.


EL SÁBADO 6 DE AGOSTO DE 1881, a las cinco de la tarde, dejó de existir sin ninguna mani­festación física de lucha y sin ningún quejido. El impacto de la muerte de mi esposo, tan repentina e inesperada, me sobrecogió como un peso abru­mador. En mi débil condición había hecho uso de todas mis fuerzas para mantenerme a su lado, hasta el último momento; pero cuando vi sus ojos cerrados en la muerte, cedió mi naturaleza agotada y caí completamente postrada. 

Durante un tiempo vacilé entre la vida y la muerte. 
La llama vital ardía tan baja que un soplo hubiera podido extinguirla. En la noche se debilitaba mi pulso y la respiración se me hacía progresivamente más débil, a tal punto que parecía que en cualquier momento iba a cesar. Sola­mente por la bendición de Dios y los cuidados incansables de los atentos médicos y ayudantes se pre­servó mi vida. 

Aunque no me había levantado de mi lecho de enferma después de la muerte de mi esposo, el sábado siguiente me llevaron al Tabernáculo para asistir a su funeral.

Al terminar el sermón sentí el deber de testificar acerca del valor de la esperanza del cristiano en la hora de aflicción y duelo. Al levantarme se me concedieron fuerzas, y hablé unos diez minutos exaltando la misericordia y el amor de Dios, en pre­sencia de una congregación numerosa. 

AL FINAL DE LOS SERVICIOS seguí a mi esposo al cementerio de Oak Hill, donde lo dejamos descansando hasta la mañana de la resurrección. Este golpe consumió mis energías físicas; sin embargo, el poder de la gracia divina me sostuvo en mi gran aflicción. Cuando vi que mi esposo dejaba de respirar, sentí que Jesús era para mí más precioso de lo que nunca antes había sido. Cuando me encontraba junto a mi primer hijo y le cerraba los ojos en la muerte, pude decir: "El Señor me lo dio y el Señor me lo ha quitado; alabado sea el nombre del Señor". Entonces sentí que tenía un consolador en Jesús. Y cuando mi hijo menor fue arrancado de mis brazos por la muerte y ya no vi más su cabecita en la almohada junto a mí, entonces pude decir: "El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó; sea alabado el (108) nombre del Señor". 

Y cuando me fue quitado el que me había servido de apoyo con su gran cariño, y con quien había trabajado durante 36 años, coloqué mis manos sobre sus ojos y dije: "Señor, A Ti Encomiendo Mi Tesoro Hasta La Mañana De La Resurrección". Cuando vi que estaba muriendo y contemplé a los muchos amigos que simpatizaban conmigo, pensé: ¡Qué contraste con la muerte de Jesús cuando pendía de la cruz! ¡Qué contraste! En la hora de su ago­nía los escarnecedores se burlaban de él y lo insultaban. Pero él murió y pasó por la tumba para ilumi­narla a fin de que nosotros tuviéramos gozo y esperanza aun en el momento de la muerte; para que pu­diéramos decir cuando encomendamos a nuestros amigos muertos al reposo en Jesús: Volveremos a encontrarlos. En algunos momentos me parecía insoportable la idea de que mi esposo pudiera morir; pero entonces estas palabras surgían en mi mente: "Estad quietos, y conoced que yo soy Dios" (Sal. 46:10). 

SIENTO AGUDAMENTE MI PÉRDIDA
pero no me atrevo a entregarme a la aflicción inútil. Esto no traerá de vuelta al que ha muerto. Y no soy tan egoísta para desear, si pudiera, sacarlo de su sueño pacífico para lanzarlo nuevamente a las batallas de la vida. Como un cansado guerrero, se ha acostado para dormir. Miraré con placer su lugar de descanso. La mejor forma en que yo y mis hijos podemos honrar la memoria del que ha caído, consiste en proseguir la obra en el lugar en que él la dejó, y con la fortaleza de Jesús lle­varla adelante hasta completarla. Estaremos agradecidos por los años de utilidad que se le concedieron, y por amor a él y por amor a Cristo aprenderemos de su muerte una lección que nunca olvidaremos. Permitiremos que esta aflicción nos haga más bondadosos y benévolos, más perdonadores, pacientes y considerados con los que viven.

VUELVO A TOMAR SOLA LA OBRA DE MI VIDA, plenamente confiada en que mi Redentor me acompañará. Disponemos sólo de poco tiempo para pelear la batalla; después de eso Cristo vendrá y esta escena de con­flicto llegará a su final. Entonces habremos hecho nuestros últimos esfuerzos por trabajar con Cristo, y por hacer progresar su reino. 
Algunos que han estado en el frente de batalla, resistiendo celosamente los avances del enemigo, caen en el puesto del deber; los que viven contemplan con aflicción a los héroes caídos, pero no hay tiempo para dejar de trabajar. 
Hay que estrechar las filas, tomar la bandera de la mano paralizada por la muerte, y con renovada energía vindicar la verdad y el honor de Cristo. Como nunca (109) antes hay que resistir contra el pecado y contra los poderes de las tinieblas. 
El tiem­po exige una actividad enérgica y decidida de parte de los que creen en la verdad presente. 
Si la espera de la venida de nuestro Libertador parece larga; si postrados por la aflicción y fatigados por el trabajo nos sentimos impacientes de recibir una exoneración honrosa que nos aleje del campo de batalla, recor­demos —y que ese recuerdo acalle toda queja— que hemos sido dejados sobre la tierra para hacer fren­te a tormentas y conflictos, para perfeccionar el carácter cristiano, para conocer mejor a Dios nuestro Padre, y a Cristo nuestro Hermano mayor, y para hacer la obra del Maestro y ganar muchas almas para Cristo. "Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justi­cia a, la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad" (Dan. 12:3). (110) 1TI EGW

13. TRASLADO A MICHIGAN. (APUNTES BIOGRÁFICOS DE ELENA G. DE WHITE). TESTIMONIO PARA LA IGLESIA. TOMO 1.


En 1855 los hermanos de Michigan prepararon el camino para que la obra de publicaciones se estable­ciera en Battle Creek. En ese tiempo mi esposo debía entre dos y tres mil dólares, y todo lo que tenía, además de los libros impresos, eran cuentas por cobrar por libros vendidos, y algunas de éstas eran du­dosas.

LA CAUSA APARENTEMENTE HABÍA LLEGADO A UN PUNTO EN EL QUE DEBÍA DETENERSE. (96)
Los pedidos de publicaciones eran escasos y de poca monta, por lo que él temía morir endeudado. Los hermanos de Michigan nos socorrieron consiguiendo un terreno y edificando una casa. La escritura estaba registrada a mi nombre, de modo que yo podía disponer de estos bienes como lo considerara conveniente después de la muerte de mi esposo. Esos fueron días de tristeza. Pensaba en mis tres hijitos y temía que pronto quedaran sin padre.

SIN QUE­RER SURGÍAN EN MI MENTE PENSAMIENTOS COMO: Mi esposo se muere por exceso de trabajo en la causa de la verdad presente.
 ¿Y quién sabe todo lo que ha sufrido, las cargas que ha llevado durante años, las ex­tremas preocupaciones que han destruido su ánimo y arruinado su salud, llevándolo a una muerte pre­matura, y dejando a su familia desposeída
y dependiente de otros?
CON FRECUENCIA HICE ESTA PREGUNTA:
¿No se preocupa Dios de estas cosas?
¿Las deja pasar sin notarlas?

“Me sentía reconfortada sabiendo que hay Uno que juzga con justicia y que anota en el cielo y recompensa todo sacrificio, todo acto de abnegación y toda angustia soportados por su causa”.

El día del Señor pondrá de manifiesto cosas que hasta ahora no se han revelado.

SE ME MOSTRÓ que Dios se proponía levantar a mi esposo en forma gradual; que debíamos ejercer una fe firme, porque en cada esfuerzo que realizáramos seríamos atacados ferozmente por Satanás; que de­bíamos apartar nuestra vista de la apariencia exterior,
y creer.

Tres veces al día mi esposo y yo nos pre­sentábamos independientemente delante de Dios para orar fervientemente por la recuperación de su sa­lud. Con frecuencia uno de nosotros caía postrado por el poder de Dios. El Señor escuchó misericordio­samente nuestro sincero clamor, y como resultado mi esposo comenzó a recuperarse. Nuestras oracio­nes ascendieron al cielo tres veces al día durante muchos meses, pidiendo salud para hacer la voluntad de Dios. Apreciábamos mucho esos momentos de oración. Llegamos a encontramos en una sagrada proximidad con Dios y en dulce comunión con él.

No podría presentar en forma más adecuada mis sen­timientos de ese tiempo que como se manifiestan en los siguientes extractos de una carta que escribí a la hermana Howland:
 "Me siendo agradecida porque ahora puedo tener a mis hijos conmigo, bajo mi propio cuidado, a fin de enseñarlos mejor en el camino recto. Durante semanas he experimentado hambre y sed por salvación, y hemos disfrutado de una comunión casi ininterrumpida (97) con Dios.
¿Por qué permanecemos aleja­dos de la fuente, cuando podemos aproximamos y beber?
¿Por qué morimos sin pan,
 cuando hay abun­dancia de él?
Es abundante y no cuesta nada.

Mi alma se deleita en él y bebe diariamente de los goces celestiales. No callaré. La alabanza de Dios está en mi corazón y en mis labios. Podemos regocijamos en la plenitud del amor de nuestro Salvador. Podemos participar abundantemente de su gloria excelen­te. Mi alma testifica de esto. Mi abatimiento ha sido dispersado por esta preciosa luz, y nunca podré ol­vidarlo.

 Señor, ayúdame a recordarlo constantemente.
 ¡Despertad, todas las energías de mi alma!
 ¡Des­pertad y adorad al Redentor por su amor maravilloso!

 "LAS ALMAS QUE VIVEN A NUESTRO ALREDEDOR
deben ser despertadas y salvadas, porque en caso contrario perecerán. No tenemos un momento que perder.
Todos ejercemos influencia en favor o en contra de la verdad. Deseo llevar conmigo una evidencia inequívoca de que soy de los discípulos de Cristo. Necesi­tamos algo más que solamente la religión del sábado. Necesitamos el principio viviente y sentir cada día responsabilidad individual.

 Muchas personas evitan esto, y como resultado manifiestan descuido, indiferencia, falta de vigilancia y de espiritualidad.
¿Dónde está la espiritualidad de la iglesia?
¿Dónde están los hombres y mujeres llenos de fe
 y Espíritu Santo?

MI ORACIÓN ES: Purifica a tu iglesia, oh Dios.
Durante meses he disfrutado de libertad, y estoy decidida a poner en orden mi conducta y toda mi ma­nera de actuar delante del Señor. "Puede ser que nuestros enemigos triunfen. Pueden pronunciar palabras duras, y su lengua puede crear calumnias, engaños y falsedades, sin embargo eso no nos moverá.

Sabemos en quién hemos creído. No hemos corrido en vano, ni trabajado en vano.

Viene el día de la rendición de cuentas, cuando todos se­rán juzgados de acuerdo con sus obras.

Es verdad que el mundo se encuentra en tinieblas. La oposición puede tornarse muy fuerte. LOS QUE SE BURLAN y los que desprecian pueden tomarse más atrevidos en su iniquidad. Sin embargo, todo esto no nos moverá, porque nos apoyaremos en el brazo del Todopodero­so, quien nos da su fortaleza.

Dios está zarandeando a su pueblo.
Dejará una iglesia limpia y santa.
 No podemos leer el corazón del hombre; pero el Señor ha provisto los medios necesarios para mantener su iglesia pura”.

HA SURGIDO UN GRUPO DE GENTE CORROMPIDA
que no puede vivir con el pueblo de Dios. Desprecian las amonestaciones, y no desean ser (98) corregidos.
Han tenido tiempo de arrepentirse de sus pecados; pero han apreciado demasiado el yo para hacerlo morir.
Lo han alimentado, con lo que se ha fortalecido, y ellos se han se­parado del confiado pueblo de Dios, que él está purificando para sí mismo.

TODOS TENEMOS RAZÓN PARA AGRADECER
A DIOS porque se ha abierto un medio para salvar a la iglesia; porque la ira de Dios pudo haber descendido sobre nosotros si estos corrompidos simuladores hubieran permanecido en nuestro medio.

"Toda alma sincera que pueda ser engañada por estas personas desleales, conseguirá verlos en su ver­dadera luz, aunque cada ángel del cielo tenga que visitarlas para iluminar sus mentes. No tenemos nada que temer en este asunto.

A Medida Que Nos Aproximamos AL JUICIO, Todos Manifestarán Su Verdadero Carácter Y Se Verá Claramente A Qué Grupo Pertenecen.

 La zaranda se está moviendo. No digamos: Detén tu mano, oh Dios. La iglesia debe ser purificada, y eso la hará vivir. Dios reina; alábelo la gente. No tengo ni el más remoto pensamiento de dejarme abatir. Tengo el propósito de estar en lo correcto y de actuar correctamente. Se establecerá el juicio, se abrirán los libros y seremos juzgados de acuerdo con nuestras obras.
TODAS LAS FALSEDADES QUE PUEDAN INVENTARSE CONTRA MÍ NO HARÁN QUE YO SEA PEOR, ni tampoco que sea mejor, a menos que me induzcan a acercarme más a mi Redentor".

DESDE EL TIEMPO CUANDO NOS MUDAMOS A BATTLE CREEK, EL SEÑOR COMENZÓ A DESHACER NUESTRA CAUTIVIDAD.
Encontramos en Michigan amigos que simpatizaron con nosotros, quienes estaban listos a compartir nuestras cargas y a suplir nuestras necesidades. Antiguos y leales amigos que vivían en la zona central de Nueva York y Nueva Inglaterra, especialmente en Vermont, se compadecieron de nosotros en nues­tras aflicciones y estuvieron listos para ayudarnos en tiempo de necesidad.

En la conferencia celebrada en Battle Creek en noviembre de 1856, Dios obró en nuestro favor. Sus siervos se preocuparon de los dones para la iglesia. Si el desagrado de Dios se había manifestado sobre su pueblo porque sus dones habían sido escasos y los habían descuidado, ahora existía la agradable perspectiva de contar nueva­mente con su aprobación, de que él misericordiosamente quisiera revivir esos dones que serían usados en la iglesia para ANIMAR a los desalentados Y PARA CORREGIR Y REPROCHAR a los descarriados.

La Causa Re­cibió nueva luz y nuestros predicadores trabajaron con éxito. (99) Hubo gran demanda de publicaciones y éstas resultaron ser justamente lo que la causa necesitaba. The Messenger of Truth (El Mensajero de la Verdad) pronto dejó de circular, y los espíritus contrarios que habían hablado en sus páginas se desbandaron. Mi esposo pudo pagar todas sus deudas. Dejó de toser y desapareció el dolor de sus pulmones y la aspereza de su garganta, y su salud fue restaurada gradual­mente, a tal punto que pudo predicar sin dificultad tres veces el sábado y el primer día. Su maravillosa restauración fue obra de Dios y a él le corresponde toda la gloria.

Cuando mi esposo se debilitó tanto, antes de salir de Rochester, quería librarse de la responsabilidad de la obra de publicaciones. Propuso que la iglesia se encargara de esa obra, y que fuera dirigida por una comisión de publicaciones que se designaría, y que nadie que trabajara en la oficina debía recibir nin­gún beneficio financiero de ello, fuera del sueldo recibido por su trabajo. Aunque este asunto se presentó en diversas oportunidades a nuestros hermanos, ellos no adoptaron nin­guna decisión, sino hasta 1861. 

Hasta ese momento mi esposo había sido el propietario legal de la casa editora y su único administrador. Apreciaba la confianza de los antiguos amigos de la causa, que reco­mendaron a su cuidado los recursos donados de tiempo en tiempo, a medida que el crecimiento de la obra lo exigía, para edificar la empresa de las publicaciones. Pero aunque con frecuencia se publicaba en las páginas de la Review que la casa editora era virtualmente propiedad de la iglesia, de todos mo­dos y por el hecho de ser mi esposo el único administrador legal, nuestros enemigos aprovecharon esa situación e hicieron todo lo posible por perjudicarlo y por retrasar el progreso de la causa, al acusarlo de especulación. En estas circunstancias él insistió en que se llevara a cabo la organización necesaria, lo cual produjo como resultado la incorporación de la Asociación Adventista de Publicaciones, de acuerdo con las leyes del Estado de Michigan, en la primavera de 1861. 

Aunque las preocupaciones que sobrevenían en relación con la obra de publicaciones y de otros ramos de la causa producían mucha incertidumbre, el mayor sacrificio que tuve que realizar en relación con la obra, fue dejar a mis hijos bajo el cuidado de otras personas. Enrique había estado alejado de nosotros durante cinco años, y Edson había recibido muy poca aten­ción de nuestra parte. Durante años nuestra familia fue muy numerosa, nuestro hogar fue como (100) un hotel, y nosotros estábamos ausentes de ese hogar gran parte del tiempo. 

Había experimentado pro­funda preocupación por que mis hijos crecieran libres de malos hábitos, y con frecuencia me sentía afligida al pensar en el contraste entre mi situación y la de otras personas que no aceptaban cargas ni preocupaciones, que podían estar siempre con sus hijos para aconsejarlos e instruirlos, y que pasaban su tiempo casi exclusivamente con sus propias familias. Yo me preguntaba: ¿Requiere Dios tanto de nosotros, dejando a otros sin preocupaciones? ¿Es esto igualdad? ¿Tenemos que pasar interminable­mente de una preocupación a otra, de una parte de la obra a otra, y tener sólo poco tiempo para educar a los hijos? 
Muchas noches, mientras otros dormían, las pasé llorando amargamente. A veces hacía planes más favorables para mis hijos, pero surgían inconvenientes que los anulaban. Yo era muy sensible a las faltas de mis hijos, y cada error cometido por ellos me producía mucha aflicción, al punto de afectar mi salud. He deseado que algunas madres se encontraran en mi misma situación du­rante corto tiempo, tal como yo me he encontrado durante años; entonces podrían apreciar las bendi­ciones de las que disfrutan y podrían simpatizar mejor conmigo en mis privaciones. 

Hemos orado y trabajado por nuestros hijos y los hemos puesto en sujeción. No descuidamos la vara, pero antes de usarla, tratamos de hacerles ver su falta; luego oramos con ellos. Procuramos hacer comprender a nues­tros hijos que nos haríamos merecedores del desagrado de Dios si los excusáramos en el pecado. Nues­tros esfuerzos fueron bendecidos para su propio bien. Su mayor placer consistía en complacernos. No estaban libres de faltas, pero creíamos que ellos serían corderitos en el rebaño de Cristo. En 1860 la muerte cruzó el umbral de nuestra puerta y rompió la rama más joven del árbol de nuestra familia. El pequeño Herbert, nacido el 20 de Septiembre de 1860, murió el 14 de Diciembre del mismo año. Cuando se quebró esa tierna rama, nadie sabrá el sufrimiento que experimentamos, fuera de los que han seguido a sus hijitos prometedores a la tumba. 
PERO CUANDO MURIÓ NUESTRO NOBLE HIJO ENRIQUE (Topsham, Maine, el 8 de Diciembre de 1863), a la edad de 16 años; cuando nuestro dulce cantor fue llevado a la tumba y ya no escuchamos más sus cantos, nuestro hogar quedó muy solitario. (101) Am­bos padres y los dos hijos que quedaban, sentimos el golpe en forma muy fuerte. Pero Dios nos consoló en nuestra aflicción, y llenos de fe y valor seguimos adelante en la obra que él nos había encomendado, con grandes esperanzas de encontrar a nuestros hijos, quienes nos habían sido arrancados por la muerte, en el mundo en el que la enfermedad y la muerte no existirán. 
EN AGOSTO DE 1865, mi esposo fue repentinamente afectado por un ataque de parálisis. Este fue un duro golpe, no sólo para mí y mis hijos, sino también para la causa de Dios. Las iglesias se vieron privadas tanto de los esfuerzos de mi esposo como de los míos propios. Satanás triunfó al quedar de esta manera estorbada la obra de la verdad. Pero damos gracias a Dios porque no se le permitió destruirnos. 
DES­PUÉS de haber estado alejada de todo trabajo activo durante quince meses, nuevamente emprendimos juntos la tarea de trabajar por las iglesias. Habiendo comprendido finalmente que mi esposo no se recuperaría de su larga enfermedad mientras permaneciera inactivo, y que había llegado el momento cuando yo debía salir y dar mi testimonio al pueblo, decidí hacer un viaje por la parte norte de Michigan, acompañada por mi esposo, a pesar de que él se hallaba en un estado extremo de debilidad, y aunque nos encontrábamos en la parte más fría del invierno. NECESITÉ gran valor moral y fe en Dios para tomar la decisión de arriesgar tanto; pero sabía que había un trabajo que debía ser realizado, y me parecía que Satanás estaba decidido a impedirme que lo llevara a cabo. Había esperado demasiado tiempo para ser liberada de nuestra cautividad y temía que muchas almas preciosas se perdieran a causa de la demora. Permanecer alejados del campo durante más tiempo me parecía peor que la muerte. Si hubiéramos querido abandonar la causa tendríamos que haber estado dispuestos a perecer. DE ESE MODO, el 19 de Diciembre de 1866 salimos de Battle Creek en medio de una tormenta de nieve, con rumbo a Wright, Michigan. Mi esposo soportó el viaje de 130 kilómetros mucho mejor de lo que yo había anticipado, y cuando llegamos a nuestro destino parecía encontrarse tan bien como lo estaba cuando salimos de Battle Creek. Allí comenzaron nuestros primeros esfuerzos efectivos desde su enfermedad. Allí comenzó él a trabajar como en años anteriores, aunque se encontraba más débil. Hablaba durante treinta o cuarenta minutos el sábado de mañana y también el domingo, mientras yo (102) ocupaba el resto del tiempo, y luego también hablaba en la tarde de cada uno de estos días, como una hora y media cada vez. La congrega­ción nos escuchaba con gran atención. 
VI QUE MI ESPOSO se iba poniendo más fuerte, se hacía más claro y más coherente en sus temas. Y en una ocasión en que él habló durante una hora con claridad y poder, teniendo sobre sí la carga de la obra como antes de su enfermedad, mis sentimientos de gratitud fueron indecibles. Me levanté en medio de la congregación y por casi media hora procuré expresarlos en me­dio de mis lágrimas. La congregación quedó muy conmovida. Tuve la seguridad de que éste era el co­mienzo de días mejores para nosotros. La mano de Dios en la restauración de mi esposo se vio en forma evidente. Probablemente ninguna otra persona sobre la que ha caído un golpe como el que afectó a mi esposo se ha recuperado. Sin embargo, el grave ataque de parálisis que le había afectado seriamente el cerebro, fue quitado de su siervo por la bondadosa mano de Dios, y se le concedió nueva fortaleza en el cuerpo y en la mente. 
DURANTE LOS AÑOS QUE SIGUIERON A LA RECUPERACIÓN DE MI ESPOSO, el Señor abrió ante nosotros un vasto campo de labores. Aunque al comienzo encaré con timidez mi responsabilidad como oradora, sin em­bargo a medida que la providencia de Dios abría el camino delante de mí, llegué a presentarme confia­damente ante vastas congregaciones. 
ASISTIMOS juntos a las reuniones campestres de reavivamiento es­piritual y a otras grandes reuniones desde Maine hasta Dakota, desde Michigan hasta Texas y Califor­nia. 
La Obra Comenzada Con Debilidad Y Oscuramente Ha Continuado Creciendo Y Fortaleciéndose.
LAS CASAS EDITORAS que funcionan en Michigan y en California, y las misiones establecidas en Inglaterra, Noruega y Suiza, dan testimonio de ese crecimiento. En lugar de la publicación de nuestro primer folleto llevado al correo en una maleta, ahora salen mensualmente de nuestra casa editora unos 140 mil ejemplares de diversos periódicos. La mano de Dios ha acompañado su obra y la ha hecho prosperar y crecer. La historia de los años posteriores de mi vida abarca la historia de diversas empresas que han surgido entre nosotros y con las cuales la obra de mi vida se ha relacionado estrechamente. 
MI ESPOSO Y YO TRA­BAJAMOS CON LA PLUMA Y LA VOZ PARA EDIFICAR ESTAS INSTITUCIONES. Aun una breve descripción de lo que nos aconteció durante esos (103) activos y ocupados años sobrepasaría los límites de esta obra. Todavía no han cesado los esfuerzos de Satanás por estorbar la obra y destruir a los obreros; pero Dios ha cui­dado de sus siervos y también de su obra. 1TI