• "En los Testimonios es donde se percibe mejor la función del don profético. En esta serie se encuentra, más que en ninguna otra, la función y el Ministerio De Los Verdaderos Profetas de Dios: AMONESTAR, ALENTAR, GUIAR, CONSOLAR, EDIFICAR, REPRENDER Y ENSEÑAR AL PUEBLO DE DIOS; MÁS QUE HACER PRONÓSTICOS O PREDECIR ACONTECIMIENTOS FUTUROS". EGW
sábado, 30 de junio de 2018
02. MI CONVERSIÓN. (APUNTES BIOGRÁFICOS DE ELENA G. DE WHITE). TESTIMONIO PARA LA IGLESIA. TOMO 1.
01. MI INFANCIA. (APUNTES BIOGRÁFICOS DE ELENA G. DE WHITE). TESTIMONIO PARA LA IGLESIA. TOMO 1.
Nací en la localidad de Gorham, Maine (Estados Unidos), el 26 de noviembre de 1827. Mis padres, Roberto y Eunice Harmon, habían vivido durante muchos años en el Estado de Maine.
Cuando yo era solamente una criatura, mis padres se mudaron de Gorham a Pórtland, Maine. A la edad de nueve años me sucedió allí un accidente que afectaría toda mi vida. Ocurrió en la forma que sigue. Mi hermana gemela, una compañera de escuela y yo cruzábamos un terreno desocupado en el pueblo de Pórtland. De pronto una niña de unos trece años de edad se enojó por algo sin importancia y comenzó a seguirnos amenazando con golpearnos.
Nuestros padres nos habían enseñado que nunca debíamos discutir ni pelearnos con nadie; en cambio, nos habían dicho que si corríamos peligro de sufrir algún daño o maltrato, debíamos apresurarnos a volver al hogar. Y eso era precisamente lo que hacíamos en ese momento, lo más rápidamente posible. Pero la niña enojada también nos persiguió a todo correr con una piedra en la mano.
En un momento volví la cabeza para ver a qué distancia venía nuestra perseguidora, y ella, precisamente en ese instante, arrojó la piedra alcanzándome de lleno en la nariz. El golpe me hizo caer al suelo desmayada. Cuando volví en mi me encontré en una tienda de artículos varios. Tenía la ropa cubierta de sangre que manaba abundantemente de la nariz y corría hasta el suelo.
Una bondadosa persona a quien yo no conocía se ofreció para llevarme(16) a casa en su coche tirado por caballos; pero yo, sin darme cuenta del estado de debilidad en que me encontraba, le dije que prefería caminar hasta mi hogar antes que ensuciarle el coche con sangre. Los espectadores, sin percatarse de la gravedad de mi herida, me permitieron actuar de acuerdo con mis deseos; pero tras haber recorrido sólo una corta distancia me sentí mareada y muy débil. Mi hermana gemela y mi compañera me llevaron a casa.
No recuerdo nada de lo que sucedió durante cierto tiempo después del accidente. Mi madre dijo que durante tres semanas yo había vivido en un estado de sopor, inconsciente de lo que pasaba a mí alrededor. Nadie más, fuera de ella, creía que me recuperaría; pero por alguna razón ella presintió que yo viviría. Una bondadosa vecina que antes había mostrado mucho interés en mí, pensó en cierto momento que me iba a morir. Quería comprar un traje para vestirme para el funeral, pero mi madre le dijo: “todavía no”, porque algo le decía que yo no moriría.
Cuando recuperé la conciencia tuve la impresión de que había estado dormida. No recordaba el accidente he ignoraba cuál era la causa de mi enfermedad. Después de recobrar algo mis fuerzas, sentí curiosidad al oír decir a los que venían a visitarme: “¡que lastima!” “no la hubiera reconocido”, y otras expresiones parecidas. Pedí un espejo y después de mirarme en él quede horrorizada al ver el cambio que se había realizado en mi apariencia. Había cambiado todos los rasgos de mi cara. Al romperme el hueso de la nariz se había desfigurado mi rostro.
El pensamiento de tener que arrastrar mi desgracia durante toda la vida me resultaba insoportable. No veía cómo podría obtener placer alguno de una existencia como ésa. No deseaba vivir, y sin embargo temía morir, porque no estaba preparada.
Los amigos que nos visitaban sentían lástima por mí, y aconsejaban a mis padres que entablaran juicio contra el padre de la niña que, decían ellos, me había arruinado. Pero mi madre prefería mantener una actitud pacífica. Dijo que si ese procedimiento legal pudiera devolverme la salud y el aspecto natural de mi rostro que había perdido, entonces ganaríamos algo al llevarlo a cabo; pero como tal cosa era imposible, era mejor no echarse encima enemigos al entablar una demanda judicial.
Algunos médicos dijeron que tal vez mediante un alambre de plata insertado en la nariz sería posible corregir la deformación.(17) Ese procedimiento habría sido muy doloroso; temían, además, que los resultados no fueran satisfactorios; por otra parte, consideraban muy dudosa la posibilidad de que recuperara la salud debido a que había perdido tanta sangre ya que había experimentado un choque nervioso tan fuerte. Aunque llegara a revivir, sostenían los doctores, no viviría durante mucho tiempo.
Había enflaquecido tanto que me encontraba reducida a piel y huesos. Por este tiempo comencé a orar a Dios y pedirle que me preparase para la muerte. Cuando nuestros amigos cristianos venían de visita le preguntaban a mi madre si me había hablado acerca de la muerte. Yo escuchaba estas conversaciones y me sentía estimulada. Deseaba llegar a ser cristiana y oraba fervientemente pidiendo perdón por mis pecados.
Como resultado experimenté gran paz mental, amé a todos y sentí grandes deseos de que todos tuvieran sus pecados perdonados y amaran a Jesús como yo lo amaba.
Recuerdo muy bien una noche de invierno en que todo estaba cubierto de nieve. De pronto el cielo se iluminó, se puso rojo y me dio la impresión de que se había airado, ya que parecía abrirse y cerrarse mientras la nieve se veía como si estuviera teñida de sangre. Los vecinos estaban espantados. Mi madre me llevó en sus brazos hasta la ventana. Me sentí feliz porque pensé que Jesús venía, y tuve grandes deseos de verlo. Mi corazón rebosaba de alegría, crucé las manos en ademán de éxtasis y pensé que se habían acabado mis sufrimientos.
Pero mis esperanzas no tardaron en convertirse en amargo chasco, porque pronto el singular aspecto del cielo palideció y al día siguiente el sol salió como de costumbre. Fui recuperando mis fuerzas con mucha lentitud. Más tarde, al participar nuevamente en los juegos con mis compañeras, me vi forzada a aprender la amarga lección de que nuestra apariencia personal con frecuencia influye directamente en la forma como nos tratan las personas con quienes nos relacionamos.
Cuando me sucedió esta desgracia mi padre se encontraba en el Estado de Georgia. A su regreso abrazó a mi hermano y mis hermanas, y preguntó por mí. Mientras mi madre me señalaba con el dedo, yo retrocedía tímidamente; pero mi propio padre no me reconoció. Le resultó difícil creer que yo fuera su pequeña Elena, a quien sólo pocos meses antes había dejado rebosante de salud y felicidad. Esto hirió profundamente mis sentimientos; pero traté de mostrarme exteriormente alegre, aunque tenía destrozado el corazón. (18).
En numerosas ocasiones en esos días de infancia me vi forzada a sentir profundamente mi infortunio. Mis sentimientos resultaban heridos fácilmente, lo que me hacía muy desdichada. Con frecuencia, con el orgullo herido, mortificada y de pésimo humor, me retiraba a un lujar donde pudiera estar sola y espaciarme en sombrías meditaciones acerca de las prueba que esta destinada a soportar diariamente.
No tenía a mi disposición el alivio de las lágrimas, porque no podía llorar con tanta facilidad como lo hacia mi hermana gemela; aunque sentía el corazón oprimido y me dolía como si se me estuviera destrozando, no era para mi posible derramar lágrima alguna. Con frecuencia sentía que un buen llanto contribuiría en gran manera aliviarme de mis sufrimientos.
Algunas veces la bondadosa simpatía de ciertos amigos hacia desaparecer mi melancolía y removía momentáneamente el peso de plomo que me oprimía el corazón.
¡Cuan fútiles y triviales me parecían los placeres terrenos en esas ocasiones! ¡Cuán inconstantes las amistades de mis jóvenes compañeras!
Sin embargo, esas compañeritas de escuela no eran diferentes de la mayoría de la gente. Se sentían atraídas por un vestido hermoso o por una cara bonita, pero en cuanto sobrevenía un infortunio, se enfriaba o destruía la frágil amistad.
Pero cuando me volvía hacia mi Salvador, él me consolaba y me proporcionaba solaz. Durante los momentos de dificultad que me afligían procuraba intensamente buscar a mi Señor, y él me daba consuelo. Sentía la seguridad de que Jesús me amaba aun a mí.
Parecía que mi salud había quedado irremediablemente afectada. No pude respirar por la nariz durante dos años, y asistí a la escuela sólo pocas veces. Al parecer era imposible para mí estudiar y recordar lo aprendido. La misma niña que había ocasionado mi desgracia fue nombrada monitora de la clase por nuestra maestra, y entre otros deberes tenía el de ayudarme en mis tareas escritas y en otras lecciones.
Siempre se mostraba genuinamente apesadumbrada por el grave perjuicio que me había ocasionado, aunque yo tenía buen cuidado de no recordárselo. Me trataba con ternura y paciencia, y se mostraba triste y solícita al verme empeñada trabajosamente, afectada por serias desventajas, en obtener una educación.
Vivía en estado de postración nerviosa, debido a lo cual me temblaba la mano impidiéndome progresar en la escritura, ya que a duras penas podía hacer sencillos ejercicios con mala letra.
Al esforzarme por aplicar la mente al estudio, veía juntarse las letras en la(19) página, la frente se me llenaba de grandes gotas de transpiración y me sobrecogía un estado de debilidad y desvanecimiento. Tenía una tos persistente y todo mi organismo se encontraba debilitado. Mis maestras me aconsejaron que abandonara la escuela y no siguiera estudiando, hasta tanto mejorara mi salud.
Fue la lucha más dura de mi joven vida llegar a la conclusión de que debía ceder a mi estado de debilidad, dejar de estudiar y renunciar a la esperanza de obtener una educación.
Tres años después hice un nuevo intento de continuar mis estudios. Pero apenas hube comenzado, nuevamente se me deterioró la salud, y resultó evidente que si continuaba en la escuela sería a expensas de mi vida. No volví a la escuela después de los doce años de edad.
Había tenido grandes ambiciones de llegar a ser una persona instruida, y al reflexionar en mis esperanzas frustradas y en que sería inválida durante toda la vida, me rebelaba contra mi suerte, y en ocasiones me quejaba contra la providencia divina que permitía que yo experimentara tales aflicciones.
Si hubiera compartido mis pensamientos con mi madre, ella me habría aconsejado, consolado y animado; pero oculté de mi familia y de mis amigos mis aflictivos pensamientos, porque temía que ellos no me comprendieran.
Había desaparecido la gozosa confianza en el amor de mi Salvador que había experimentado durante la primera época de mi enfermedad. También se había frustrado mi perspectiva de disfrutar de las cosas del mundo, y parecía como si el cielo se hubiera cerrado contra mí. 1TI EGW MHP
viernes, 22 de junio de 2018
MÁS DE 25 HORAS DE ALABANZA ININTERRUMPIDA AL QUE NOS AMA Y VIVE Y REINA POR LOS SIGLO DE LOS SIGLOS. AMEN
lunes, 18 de junio de 2018
ANTECEDENTES DEL TOMO 1. TESTIMONIOS PARA LA IGLESIA.
PREFACIO. TESTIMONIOS PARA LA IGLESIA TOMO UNO
Otro proyecto similar de abreviación
resultó en Consejos para la iglesia (1991). Pero, a diferencia de Joyas
de los testimonios, este libro no se limita a los Testimonios. Lo que
intenta, más bien, es proporcionar una edición abreviada de los escritos de la
Sra. White en un solo tomo, para que se pudiera traducir en forma económica a
otros idiomas.
Otra línea de desarrollo que sigue la tradición de los Testimonios fue la publicación de los tres tomos de Mensajes selectos en 1958 y 1980. En ellos, el patrimonio White puso a disposición de la mayoría de los miembros de iglesia algunos de los consejos más importantes de Elena G. de White que antes resultaban inaccesibles.
Historia de los Testimonios en español.
La necesidad que la iglesia tenía de orientación e inspiración fue el
origen de los esfuerzos para publicar los Testimonios en español. No fue hasta
un poco antes del año 1924 cuando la Asociación General aprobó un plan de
publicar una selección de los testimonios en varios idiomas. El pastor William
C. White, hijo de la Hna. White, y director del Patrimonio White, hizo una
selección del material que habría de ir en la serie de los Testimonios que se
publicarían en español, alemán, francés y portugués. La serie se tituló
Testimonios selectos y se publicaron cinco tomos en español entre los 1924 y
1937.
En el prólogo del
tomo 4, los editores, la Casa Editora Sudamericana, declararon: “Los
dirigentes de la obra habrían deseado poder ofrecer a (5) nuestras iglesias de
habla castellana una traducción de la serie integra de nueve tomos, pero los
gastos que hubiera entrañado una edición de tan elevado número de páginas pero
reducido número de ejemplares habrían impuesto un precio de venta demasiado
alto para la mayoría de las familias. Por esto, y únicamente por esto, optaron
por una selección de los capítulos principales, y de los que tuviesen relación
más directa con los ramos de la obra y el progreso de las iglesias en general”.
Incluso la publicación de los cinco tomos de Testimonios selectos fue una
verdadera empresa editorial que tardó trece años en completarse.
Sin embargo, parece que la idea no dio
muy buenos resultados, quizá porque no fue posible la publicación de los cinco
tomos en los otros idiomas propuestos, porque en 1949 la corporación del Patrimonio
White hizo una nueva selección de los nueve tomos de losTestimonios y
los publicó en tres tomos bajo el título Joyas de los testimonios (Testimonies
Treasures), como ya mencionamos. Comenzaron a publicarse en español a
partir del año 1951 cuando salió a la luz el primer tomo de Joyas de los
testimonios. En efecto, en el prólogo del primer tomo de Joyas de los
testimonios, dice: “Ahora, gracias a esta edición mundial de Joyas de los
Testimonios, estos consejos, que tanta influencia ejercieron, se hacen
asequibles para los adventistas de todo el mundo. Sin embargo, sólo ofreciendo
una selección de los artículos originales es posible publicarlos en forma
compacta, manuable y de amplia distribución”.
Es evidente que los cinco tomos de Testimonios Selectos no habían logrado hacer accesibles los consejos que tanta influencia ejercieron en la iglesia de habla inglesa, pues la aparición de la nueva selección en tres tomos la convirtió en obsoleta y reemplazó la serie que dejó de publicarse y de circular en el año 1950.
Los Testimonios para la Iglesia en español. En la segunda mitad del siglo XX el movimiento adventista se había desarrollado tan amplia y sólidamente en todos los países hispánicos, que publicar la serie completa de los Testimonios en español, más que una necesidad, había llegado a ser un imperativo moral. En 1983 el Espíritu impulsó al pastor Juan C. de armas, primer presidente de APIA, a que se embarcara en la colosal y gravosa empresa de publicarlos en nuestro idioma. Como responsable de la delicada tarea de la edición fue elegido el pastor Sergio V. Collins, excelente escritor y redactor de reconocida competencia. Lo que estos dos grandes hombres pusieron en marcha con tenacidad y esfuerzo, ha tenido que superar muchos y no pequeños contratiempos.
Por la gracia de Dios, y fruto del esfuerzo de muchos, se ha concluido la traducción y edición de los nueve tomos de TESTIMONIOS PARA LA IGLESIA en español, que por fin en 2007 se imprimen todos juntos coincidiendo con las bodas de plata de APIA, para hacer aún más gozosas ambas celebraciones. Una visión de conjunto de las características principales de los Testimonios puede ayudarnos a comprender su importancia: (6)
Los miembros de la iglesia serán grandemente
bendecidos con la lectura de los Testimonios en su propio idioma. Los largos
días de espera han terminado. Ahora tenemos a nuestra disposición todos los
consejos especiales dados por Dios a su pueblo de los últimos días.
Si bien la mayoría tiende a usar los Testimonios
como obras de referencia, una mayor bendición recibiría quien los leyera en
orden cronológico. Quienes los lean así, no sólo se beneficiarán con los consejos
brindados por Elena G. de White a través del tiempo, sino que también desarrollarán
el gusto por la historia del adventismo durante sus primeras seis décadas.
Incluso, sería muy provechoso leerlos con un libro de historia de la iglesia o
la biografía de Elena G. de White a la mano. De ese modo el lector tendría, no
sólo las declaraciones de la mensajera del Señor, sino el contexto histórico en
que fueron escritas.
En los tiempos que abarcan los nueve tomos de
TESTIMONIOS PARA LA IGLESIA, escritos a lo largo de un período de 55 años, la
iglesia creció continuamente, se desarrolló y prosperó. Los consejos dados le
proporcionaron dirección segura; las reprensiones y correcciones hicieron que
muchos pies descarriados volvieran a las sendas de la justicia; las palabras
de gozo y ánimo hicieron revivir a más de un corazón desalentado; y la
descripción de la recompensa de los fieles estimuló a miles a alcanzar el
objetivo propuesto.
Que ésta sea la experiencia de la iglesia hispanohablante al considerar los consejos siempre vivos que están contenidos en los nueve tomos de los TESTIMONIOS PARA LA IGLESIA en español, es el deseo de Los Editores. (7) EGW TI MHP